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sábado, 25 de septiembre de 2010

Cuatro palabras





El señor H salió aquella noche sabiendo que era la última. Se colocó la chupa de cuero y se reunió con los de siempre, los amigos con los que buscaría rock and roll y chicas aquella madrugada, en Tulie, como tantas otras veces.

Se emborracharon con vino barato. Luego fueron a uno de los locales de moda de la ciudad, no pasaba nada extraordinario: la novia de K se agobiaba con tanta gente, ellos bebían sin control, lo de siempre. Luego Y les invitó al baño, y allí cayó la primera raya de la noche. Al salir de la nieve, el señor H se cruzó con una rubia lasciva que le miró con descaro. La conversación fue sencilla y rutinaria, despúes ambos se fueron al baño para golpearse contra los azulejos blanquísimos del garito. 1, 2, 3, en cada número el señor H se cobraba una frustración.

La segunda visita a la dama blanca se produjo en la discoteca más en boga de la ciudad. El señor H estaba borracho, colocado, mirando en torno desde una plataforma vulgar. Todos enloquecieron cuando sonó Supernatural Superserious, de REM. El señor H le pidió The Smiths al Dj y este le correspondió con Panic, recordó lo cachondo que le ponía esa canción. Luego sonó "Love will tear us apart" y el señor H dijo "la misma edad que Ian Curtis".

Se largaron del antro al amanecer, y enfilaron la calle principal mientras de fondo latía "Common People", de Pulp, el señor H se fijó en P, en como le miraba P. Sabía que P. estaba enamorada de el desde los 15 años, sintió que debía hacer algo al respecto se despidió de ella con un beso de cine. Ella sonrió, una sonrisa al menos, pensó H, y sonrió ironicamente. Lo había pasado muy bien aquella noche entre cigarros, cocaína, mujeres, amigos y alcohol.

El señor H llegó a casa y se sentó a escribir, debía terminar por fin aquella historia que englobaba a todas, ese mural que nadie entendería salvo él, y que importaba, nunca tuvo en cuenta la opinión de los demás. A las ocho de la mañana, el señor H vació todo lo que quedaba de él en unas letras imprecisas y sin embargo perfectas que resumían, cerraban y explicaban todo lo que había que resumir, cerrar y explicar.

Terminó, en el tocadiscos puso The End, en la adolescencia The Doors fueron su grupo, dejó que la música se adueñara de todos los rincones de la habitación. Encendió un cigarro y se tumbó en la cama, la acarició, era suave, como Barbara Stanwick. Releyó a Camus por enésima vez. Suspiró. Pensó en Dios y se acordó de sus padres. Miró al techo y cayó en la cuenta de que era feliz. Sonrió.


Luego, tranquilamente, cogió la pistola y se pegó un tiro.

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