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lunes, 20 de septiembre de 2010

Silencio

La historia de Martín y Ana

"Aquella misma noche prendería fuego a los muros con palabras inflamables como estrellas". 

Martín se sorprendió al pronunciar esa frase en voz baja, mientras se despertaba aquella mañana de domingo. Sentía como si cada palabra le cortara un pedazo de labio, se asustó y  tragó una saliva amarga que le supo a sangre seca. ¿Porqué había dicho eso? Quizás no significara nada, a lo mejor solo se trataba de alguna olvidada oración que leyó en algún libro y que ahora saltaba a la realidad. ¿Pero porqué ahora? Martín decidió no darle más importancia y se incorporó despacio, tratando de no golpear el jarrón de la mesilla, tirar las sábanas o crujir el gastado parquet  con sus pies desnudos. Ella dormía bocabajo y con los brazos apoyados en la almohada. Martín le destapó la espalda muy lentamente hasta ver sus bragas, negras como las promesas del diablo. Luego se asomo por la ventana de la habitación y en un marcador de temperatura vio que eran las siete de la mañana, veinte grados, de un día cualquiera de septiembre en una ciudad que hasta ayer el desconocía, en una calle de la que no recordaba el nombre y en la habitación de un hotel barato que nunca olvidaría. Tenía frío.

Martín bajó a medias la persiana y fue a al minibar a por una botella de ron, vasos, hielos y un pack de latas de coca colas que compraron en un chino la tarde anterior, después de la primera noche, desayunar croissants, patearse el casco viejo, comer comida Tailandesa en un parque, gastar las horas gastándose el uno al otro, tumbados en la cama escuchando The Smiths mientras Ella  contaba lunares y Martín se aprendía el mapa de su sexo. Compraron tres botellas para amargar el sabor de sus cuerpos aquella madrugada, pero ahora eran las siete y sólo quedaba una que Martín comenzó a verter en el vaso de cristal helado. Luego sacó del bolsillo de su chaqueta de cuero el paquete de Marlboro que guardaba para emergencias, cogió una silla y el cubata, dejando el resto de la botella en el suelo y se sentó a los pies de la cama.

El Alba entra por la ventana sin llamar, iluminando la estancia con una luz mortecina que la hace parecer una pintura de Ribera o Caravaggio. Martín se enciende el primer cigarro y le da una calada profunda, siente como el humo le recorre las entrañas como una metralla de terciopelo y sale por la nariz, luego comienza a beberse la botella en silencio. Martín agota el ron y el tabaco sin más propósito que observar el lento vaivén del cuerpo dormido de Ana. Martín intuye que podría continuar así sentado toda la vida, mirándola, Martín ya no necesita que nadie le explique en que consiste perder la cabeza por una mujer, Martín ya sabe que aquella misma noche prenderá fuego a los muros con palabras inflamables como estrellas.

2 comentarios:

  1. labios-saliva-sangre
    espalda-negro
    frío
    marlboro de emergencia

    y contemplar la escena

    (te has lucido, muñeco)

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  2. Me alegra que ¿vuelvas?

    Aunque, si te soy sincera, me quedo con tu poesía :)

    Besos

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