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martes, 1 de marzo de 2011

Vida muerta





Lo peor que un hombre puede pensar es que su vida no merece la pena ser vivida. 
La derrota más trágica y cara es siempre contra uno mismo, contra ese ser que te mira desde el espejo con los ojos hinchados y camina a pasos rabiosos por el callejón de la ansiedad nocturna, donde luchan la fuerza contra la debilidad, el amor contra el odio y, en fin,  la vida contra el suicidio. 
No sé como he llegado hasta aquí ni como ni porqué ha comenzado la gran guerra: me hallo justo en mitad del combate; pero lejos de estar sólo, me acompañan mis nudillos magullados, la sonrisa de las garrapatas, los abrazos que me negaron ciertos bares y, sobre todo, el punzante dolor de la enfermedad crónica, que ni se marcha ni acaba su enojoso trabajo, ese que quizás finalice con un par de pastillas de más o una bala de menos.

Sudando, estoy sudando como un niño que juega en la calle, un niño que corría como los demás, reía como los demás, saltaba si marcaba gol y no le dolía la espalda, desconocía el paro, levantaba faldas a las niñas vestidas de domingo y encontraba el amor en la mirada concentrada de su madre mientras le preparaba el bocadillo. Pero soy un hombre cantando el largo lamento que no cesa, viviendo su propia agonía en la encrucijada donde se resuelve el último dilema. Un hombre herido y arruinado, verdugo y víctima de su autodestrucción; que sin embargo pelea cada noche por un día más en el sendero, lanza en mano contra el ejercito más cruel y difícil al que sus fuerzas puedan enfrentarse, protagonizando la eterna contradicción  humana en busca de una oportunidad que ofrecer a la existencia. Aunque ésta sea miserable y nadie te mire como miraba tu madre al pan.    
 
   

2 comentarios:

  1. Al menos, ha identificado el problema. ¿Son de ayuda las sonrisas de las garrapatas? Me ha hecho gracia ese dato, jeje.

    Besos

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