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viernes, 10 de junio de 2011

El suelo amarillo



Prendí un Marlboro y le mire despacio: Ella me aguantaba la mirada con sus ojos trémulos, había algo de arrogancia en la dureza de su rostro derrotado. Estaba sentada con las piernas en el suelo, y apoyaba la nuca en la pared como si quisiera afirmar la digna tristeza de su pequeño cuerpo de muñeca usada y anhelante. "Pon algo duro y sentimental", me exigió su voz ronca de bar barato.

Sin pensarlo demasiado escogí "Horses", de Patti Smith, y me senté junto a ella para escuchar mejor a esa voz diabólica de Chicago que se esparcía por el piso como una nube de humo melancólico que nos asfixiaba a los dos.  Y yo apagué el cigarro y ella me pasó el ron, y bebimos en silencio contemplando la pared mientras la niebla de Patti se hacía densa en nuestras narices, y apenas oímos como un rumor al trueno que incendiaba Madrid a dos manzanas de nuestro propio incendio; de la hoguera de Patti y del ron, del fuego de nuestras mentes embotadas y de nuestras lenguas solitarias y encendidas.
Y fuimos extrañamente felices hasta que el gramófono cesó.    


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